domingo, 6 de septiembre de 2009

Beatriz Córdova de Salazar: Domadora de prejuicios

FOTO: ALEJANDRO REINOSO

En una época de mujeres postergadas, decidió entrar a la Universidad y cumplir consigo misma. Hoy respira una profesión con alegría.


Nació el 21 de julio de 1927. Está casada con Carlos Salazar, con quien tuvo 10 hijos, a los que se suman 20 nietos y dos bisnietos. Se casó cuando todavía estudiaba en la facultad, lo que se sintió un poco en sus calificaciones, pues sus responsabilidades, evidentemente, fueron otras.


Actualmente continúa activa en la profesión que “si tuviera que vivir de nuevo, la volvería a estudiar porque me encanta”. Lo hace apoyando a sus hijos como asistente durante las cirugías o en las emergencias que se van presentando. “Ahora recibo las gracias de mis hijos y eso es suficiente para mí”.


En 1951 egresó como cirujana dentista, a punto de tener a su primer hijo. Dos años después hizo su tesis y sustentaciones, dándose un tiempo máximo de 7 meses para eso, pues estaba embarazada de su segundo hijo. “El 20 de mayo de 1953 me gradué y el 22 de junio nació mi hijo”.


En los años 70 se dedicó a la terapia neural, así como a trabajar por su comunidad al ser parte del Club de Leones, junto con su esposo, llegando a establecer el primer consultorio médico odontológico comunitario en Villaflora. Fue parte de organizaciones como las Juventudes Universitarias Católicas.


A pesar de su edad se mantiene activa físicamente, preservando una gran energía y un espíritu saludable. Hace un par de años subió el monte Sinaí por sus propios medios, y no tiene reparos al afirmar que vive feliz. “Yo no estudié para competir con los hombres, sino porque quería hacerlo”, afirma.


SU INGRESO A LA UNIVERSIDAD


De golpe todo se recupera. Las horas dan vueltas y doblan la habitación en una paradoja espacio y tiempo, que habla de ese instante en el que ella llegaba a la Plaza Grande para dar su examen de ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Central, para estudiar odontología. Iba con una amiga que quería entrar con ella, pero la cantidad de personas que encontraron en el sitio la hizo desistir, dejándola a Beatriz sola frente a la experiencia.


Días más tarde, “Bachita”, como le dicen, se enteraría de que ese día 600 personas fueron a dar ese examen de ingreso. Era 1946. Gracias a su hermano consiguió las notas de medicina y se puso a revisarlas para dar la prueba. Estaba lista. Llegó al gran salón. Tenía miedo y era muy tímida en ese momento (algo que el mismo estudio le obligaría a cambiar). Se sentó al fondo, casi escondida entre todos. “Ese marimacho que se ha metido aquí, que venga acá, le he separado un puesto”, gritó el decano apenas entró como parte de las autoridades dispuestas a dirigir la prueba. Beatriz se levantó, caminó en medio del resto (escuchó de todo en ese trayecto) y se sentó en la silla dispuesta. Luego escuchó una frase corta y contundente: “No crea que va a estar aquí”. Así nació el enfrentamiento. En esa época era obligatorio firmar los exámenes de ingreso con pseudónimo y en casi un susurro uno de los maestros encargados le aconsejó colocar uno femenino para que “la puedan ayudar en la nota”. Lo pensó, pero se decidió por “Platón”. Un chico que había colocado “Flor de Lis” recibió un cero de cada uno de los maestros, mientras que ella entró con la segunda calificación más alta.


EL EJERCICIO PROFESIONAL


Beatriz sabe que el esfuerzo ha rendido sus frutos y ha tenido una razón de ser. “Mis padres fueron muy pensantes. Nos decían que no podían dejarnos tierras ni dinero, pero sí las profesiones, y eso es algo que también he tratado de inculcarle a mis hijos y nietos”, cuenta en su casa, cerca del colegio San Gabriel, donde también está el consultorio en el que todavía labora. Hoy, la vida parece haber sonreído y girado. Antes, dos de sus hijos hacían de asistentes, ahora son Pilar y Carlos quienes han seguido sus pasos y reciben la ayuda diaria de la madre durante las consultas.


Pero antes debió lidiar con el estudio, con la práctica profesional (unida a su rol de madre y esposa), y con el enfrentamiento cuando descubrió la corrupción en el IESS, trabajando como reemplazo, y fue testigo de cómo una enfermera se llevaba la medicina para trabajadores: “El director del área de odontología –en un acto por silenciar su denuncia– me llevó a la bodega y me dijo que tomara lo que quisiera, amalgamas, anestesias, lo que sea… Le di dos cachetadas y le repetí que mis padres me habían enseñado a ser honesta”, trueca la indignación por una sonrisa.


Sin embargo es su experiencia universitaria la que ha marcado a fuego su vida, especialmente porque la obligó a ser una mujer fuerte que debió enfrentarse no solo a maestros, sino a la envidia de varios compañeros, que dudaban de sus logros académicos. Incluso llegó a ser acusada de promover una de las tantas huelgas y en retaliación debió presentar 6 trabajos a un profesor en los que reprobó, siempre con la justificación de que ella no estaba preparada. “Le dije: dígame que me quiere reprobar, pero no me diga que no sé anatomía… La verdad es que ser representante de primer año en la facultad fue lo que me salvó, porque tenía buenas notas en todas las materias, menos con él”, cuenta Bachita.


El consultorio siempre en el hogar, como una decisión de no alejarse de la vida familiar, de la cercanía con la idea no solo de ser profesional, sino de mantener la perspectiva de madre. Siempre con la ayuda de alguien. “En ese tiempo el apoyo de una empleada fue muy importante. En caso de estar ocupada solo me bastaba golpear el vidrio de la ventana y avisar que ya era hora del jugo… Mis hijos pudieron entrar siempre al consultorio y contar conmigo para lo que sea”, dice con orgullo, mientras sostiene en sus manos las imágenes del pasado. Una de ellas, la fotografía que la muestra con su esposo e hijos, los 10, la familia completa, de la mujer completa.


Este testimonio fue tomado de la edición impresa del Diario El Telégrafo, del 3 de septiembre de 2009, y ha sido escrito por Eduardo Varas.


2 comentarios:

  1. Realmente mi madre siempre tuvo autoridad moral que es el tipo de autoridad que más respeto, ella nos enseñó que solo debemos arrodillarnos ante Dios y no ante ningún ser humano por más poderoso o dictador que sea, nos formó como personas con principios y valores y nos hizo amar la ciencia y el conocimiento se hizo valer y respetar como mujer sin caer en los extremismos del feminismo actual, es decir mantuvo su feminidad como persona complementaria a mi padre que igual fue un buen hombre, junto a toda gran mujer hay un gran hombre

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  2. Dios les pague a las brillantes profesionales de la Comisión de Género de la PUCE por este artículo

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